Esta mañana nos hemos levantado con la noticia que nadie quería oír: Akira Toriyama, creador de Dragon Ball, falleció el pasado 1 de marzo, a consecuencia de un hematoma subdural.
Sus comienzos en el mundo del manga fueron complicados. Como cualquier aspirante a mangaka, realizó algunos trabajos puntuales antes de debutar con su primera obra, Wonder Island, que no terminó de cuajar entre el público. Por suerte, la revista Shōnen Jump, buque de cabecera de la editorial Shūeisha, dio una segunda oportunidad a aquel joven Toriyama y, tras descartar varias ideas, acabó publicando Dr Slump, que rápidamente se convirtió en un éxito, conquistando premios como el prestigioso Shogakukan Manga Award.
Dr Slump se publicó hasta 1984, año en que Toriyama se embarcó en su nuevo proyecto. Este sería una desenfadada aventura que hundía sus raíces en la mitología china y que, siguiendo los pasos de Osamu Tezuka, tomaba uno de los mayores clásicos de la literatura china del siglo XVI como principal referencia para elaborar un imbricado artefacto cultural, destinado a un consumo rápido, pero que terminaría cambiando el mundo: Dragon Ball.
Desde la primera aparición de Son Goku, el público cayó rendido ante el carisma de ese nuevo universo que Toriyama desplegaba, salpicado de referencias de todo tipo, ofreciendo grandes dosis de aventura y espíritu de superación. El éxito fue arrollador.
Pero, si el triunfo del manga y de su adaptación al anime (a cargo de Toei Animation) eran algo fácilmente esperable dentro del mercado japonés, lo que sorprendió a propios y extraños fue el papel que Dragon Ball ejercería como embajador de la cultura manganime fuera de Japón.
En España, las primeras emisiones televisivas de Dragon Ball supusieron un auténtico fenómeno de masas, revolucionando las horas del patio e introduciendo el manga en el mercado editorial español. Su emisión televisiva cosechó grandes audiencias y recibió críticas de ámbitos conservadores por no ser una serie de dibujos animados infantil.
No fuimos un caso aislado: los debates y controversias fueron de la mano con un arrollador éxito en todo el mundo, sorprendiendo en primer lugar a los propios japoneses, que no esperaban despertar tanto interés fuera de sus fronteras. Dragon Ball se convirtió en la punta de lanza para descubrir toda una industria cultural, en un momento en el que la globalización comenzaba a cobrar un sentido real.
Así, de la mano de Dragon Ball, y apuntalada por numerosas producciones que ofrecían propuestas novedosas, la industria del entretenimiento nipona se posicionó en el lugar que hoy ocupa.
Han pasado cuarenta años y su legado sigue vigente. Son ya muchas las generaciones que han crecido pegadas a una pantalla que emitía Dragon Ball, coleccionando sus mangas, las ediciones físicas del anime, fotocopias, cromos y todo el merchandising imaginable. Goku y sus amigos han dejado una impronta tan profunda que han acabado trascendiendo y se han convertido en iconos de la cultura pop, al mismo nivel que Mickey Mouse o Superman.
Por eso, solo nos queda agradecer a Akira Toriyama su talento sin igual y su imaginación desbordante, con una capacidad para dejar huella tanto en el público como en la industria y en la cultura del siglo XXI.
