
Hoy en día, si uno quiere disfrutar de buen anime, lo tiene tan fácil como dar un par de clics y sumergirse en todo el contenido de AnimeBox, el fan puede coleccionar ediciones físicas de los animes más punteros y las noticias de la otra punta del planeta llegan en cuestión de segundos a nuestros teléfonos móviles.
Pero hubo un tiempo en que la llegada de estos contenidos animados de origen japonés a las televisiones nacionales era parte de una estrategia para llenar parrillas con títulos baratos, entre los que de vez en cuando caían contenidos de animación para el público infantil.
Hoy, celebramos la primera emisión de una de las series cuyo impacto cambiaría para siempre la relación del público español con los contenidos audiovisuales de origen nipón: Mazinger Z, el anime que adaptaba la historia creada por Go Nagai, llegó a las pantallas españolas tal día como hoy, 4 de marzo, pero hace casi medio siglo, en 1978.
Primeros pasos del Anime en España
Así, en 1969 pudo verse en España Kimba, el león blanco, la adaptación animada de Osamu Tezuka que abría la puerta a la emisión de contenidos japoneses en la televisión española. A Kimba siguió Meteoro, en 1971, pero hubo que esperar hasta 1975 para la revolución que supusieron este tipo de contenidos.
Ese año llegó a la parrilla Heidi, la niña de los Alpes, una serie dirigida por un (entonces desconocido) Isao Takahata, que se incluyó en el contenedor Un globo, dos globos, tres globos, los viernes por la tarde. Pero tuvo tanto tirón que para el capítulo 7 la serie cambió de día y horario, ubicándose los sábados por la tarde, después del Telediario.
Tratando de replicar el éxito de la fórmula (comprar barato para público infantil y rentabilizar el producto con grandes audiencias entre el público adulto y no solo niños), en los años siguientes se estrenaron series como Marco, de los Apeninos a los Andes o El perro de Flandes, que consiguieron un impacto similar en la sociedad.
Pero, poco después, llegó a las pantallas una obra que lo cambiaría todo, y que daría incipiente forma a lo que posteriormente se ha desarrollado y denominado cultura otaku.
Mazinger Z, la revolución de los robots
Aunque hoy en día nos parece algo natural, y casi naif, el estreno de Mazinger Z en TVE estaba cargado de elementos significativos y rupturistas respecto a la tónica de las primeras series.
Mazinger Z no hundía sus raíces en clásicos literarios decimonónicos sobradamente conocidos en Europa, sino que adaptaba un manga de producción contemporánea (aunque aquí, en ese momento, ni siquiera se supiese lo que era eso). Primer elemento novedoso.
Heidi y Marco tenían una duración estandarizada a 52 capítulos, de manera que la emisión semanal cubría un año natural. En el caso de Mazinger Z, la serie completa alcanzaba los 92 episodios, de los que TVE solamente dobló 33 capítulos (de los que acabaría emitiendo 32), por lo que la apuesta, a nivel de semanas de emisión, era más conservadora. Segundo elemento novedoso.
Las peleas de robots gigantes que dejaban un rastro de destrucción a su paso, con tramas cargadas de intrigas y conspiraciones y con el futuro de la humanidad en constante amenaza, hacían que en general el tono fuese más maduro, con una narrativa en la que se sucedían los misterios, bordeando por un lado el noir y por otro el cine de grandes kaijus como Godzilla (1954), incluyendo altas dosis de acción de la que Heidi o Marco carecían. Tercer elemento novedoso.
Demasiadas novedades para una cultura televisiva en pañales
Al final, el experimento cuajó a medias: entre el público infantil y juvenil se convirtió en un auténtico éxito, llenándose el mercado de juguetes, cromos y tebeos (de producción local, estábamos todavía en un momento en el que se desconocía por completo la existencia e idiosincrasia del manga); pero entre el público adulto… fue otra historia.
Comenzaron a elevarse voces críticas con la serie, algunas más o menos razonables y otras completamente alocadas. Los principales diarios del país, de todos los sesgos, desde El País hasta el ABC, publicaron feroces críticas y reflexiones, desde las que veían en el argumento elementos neofascistas o mensajes políticos de la realidad europea, hasta las que cuestionaban que el villano se llamase Doctor Infierno.
Pero sin duda, las más significativas fueron las que pusieron el foco en el ámbito sexual. No es que Mazinger Z sea un ejemplo fundacional del género ecchi ni nada de eso, pero para la sociedad de la época, resultaba extremadamente impactante ver a un robot sexualizado, femenino, que aunque no exclamaba ¡Pechos fuera!, sí utilizaba esa parte de su mecánica anatomía como sofisticado lanzamisiles; por no hablar de la complejidad del personaje del Barón Ashura, o Ashler como se le conoció por estos lares.
La polémica apenas rascó la superficie, como suele pasar, y se limitó a hacer la asociación, que ya comenzaba a ser recurrente, de animación como sinónimo de producto infantil, por lo que cuestiones como la presencia de un personaje mitad hombre, mitad mujer en una serie de dibujos animados dirigida al público infantil crearía confusión y corrompería a la juventud.
Una revolución comercial
A pesar de todo, los niños españoles estaban locos por el robot gigante que defendía el bien y la justicia. Los juguetes de Mazinger inundaron el mercado, pero el fenómeno fue mucho más allá.
Aunque el interés no fue tan exagerado como para conseguir que se publicase el manga en España (cosa que sí lograría Dragon Ball), pero sí logró que se publicasen hasta dos colecciones de tebeos sobre el robot: la primera estaba formada por seis álbumes de 48 páginas y la editó el Grupo Grijalbo a través de su sello Juventud en 1978.
La segunda se adscribía a la Selección Aventurera de la Editorial Valenciana, comenzó en octubre de 1978 y se publicó regularmente hasta mayo de 1979, alcanzando un total de treinta números. Esta última colección es además especialmente significativa porque, bajo el título de Nuevas aventuras de Mazinger Z y la temática de los robots gigantes, en realidad fingía adaptar la película Mazinger Z, el robot de las estrellas; una película taiwanesa cuyo título original era The Iron Superman.
Además, era la época dorada de los cromos. Cualquier producción dirigida a público infantil que tuviese ciertas aspiraciones se acompañaba con una colección de cromos. En esta ocasión, el caso de Mazinger Z no fue tan novedoso, pero sí una de las colecciones de cromos más recordadas de la época.

Mazinger Z, ¿promotor inmobiliario?
Pero quizás lo más extravagante fue el monumento a Mazinger Z que se erigió en agosto de 1978. La fecha, en pleno periodo vacacional, no es en absoluto casual. La estatua se levantó en el municipio tarraconense de Cabra del Camp, concretamente en la plaza principal de la urbanización Mas del Plata, que por aquel momento estaba publicitando sus primeras promociones de viviendas. Siguiendo una estrategia que ya habían realizado en años anteriores en la urbanización de Mas Altaba, en Maçanet de la Selva (Girona). Allí, para atraer al público familiar, se habían instalado estatuas (a tamaño natural) de los principales personajes de Heidi, así como una reproducción de la casa de los Alpes.
En Cabra del Camp, el proyecto urbanístico de Mas del Plata escogió Mazinger Z para replicar esta acción. Aunque hubiera sido imposible reproducir el robot a tamaño real, lo cierto es que el proyecto pedía una grandilocuencia acorde a la locura desatada entre el público (lo que redundaría también en mayor notoriedad). La escultura alcanzó los diez metros de altura, lo que significaba finalmente una escala 1:2 (el Mazinger canónico medía dieciocho metros).
En un primer momento se planteó como una construcción hueca en cuyo interior hubiera un mirador, pero finalmente se descartó por su peligrosidad. A diferencia de Mas Altaba, donde una valla publicitaria es el único testimonio que perdura de aquel rinconcito alpino, la escultura de Mazinger Z en Cabra del Camp se convirtió en epicentro del fandom español del robot, y en símbolo de la localidad. No solamente sigue en pie a día de hoy, sino que la plaza en la que se ubica se renombró en 2015 como Plaza Alfredo Garrido, en homenaje al autor del opening en castellano de la serie.
¡Episodios fuera (de la televisión)!
A pesar de su gran popularidad, o quizás precisamente por eso, las polémicas en torno a la serie, que hoy no hubieran ido más allá de una escaramuza en redes sociales, tuvieron una gran trascendencia, hasta el punto de que la serie fue abruptamente cancelada: el 16 de septiembre de 1978, sin previo aviso, la audiencia congregada delante del televisor vio comenzar un programa que nada tenía que ver con su querido robot. Orzowei, una serie de imagen real, protagonizada por un niño blanco criado en la estepa sudafricana por una tribu suazi. El cambio de tercio era radical y evidenciaba el deseo de ruptura con el programa retirado: se volvía a subrayar el target infantil, con una historia básicamente eurocentrista y cargada de valores que era una adaptación literaria de una novela de 1955 escrita por el italiano Alberto Manzi.
La cancelación, por supuesto, calmó los ánimos: eliminado el problema, no había por qué enfadarse. Pero Mazinger había conquistado ya el corazón de varias generaciones de jóvenes españoles, estimulando las ventas de juguetes a cada emisión. Y aunque la situación todavía estaba lejos del fenómeno comercial multimedial que se daría, sobre todo, en Estados Unidos durante los años ochenta (momento en el que se crearon muchas series animadas con el único propósito de vender juguetes); lo cierto es que había un potencial desaprovechado.
Ocaso del robot en la tele pública
Por eso, Mazinger Z volvió sorpresivamente a la parrilla de TVE para terminar de emitir el puñado de capítulos que habían quedado colgados con la cancelación de aquel paquete de treinta y pico que se doblaron en los setenta. Lo hizo en plena campaña navideña, para recordar a sus majestades, los Reyes Magos de Oriente, que Mazinger era el robot favorito de los niños, y así dar un espaldarazo a la venta de juguetes.
Su vuelta a la pantalla desencadenó nuevas protestas, que sin embargo no trascendieron tanto como las anteriores, ya que en realidad eran muy pocos capítulos, que se emitieron en un plazo muy breve de días, en el contexto de la programación especial vacacional y sin especial bombo.
Después de aquello, Mazinger abandonó la pequeña pantalla española hasta los años noventa, cuando volvería a emitirse, esta vez íntegramente, en la recién nacida Telecinco. Pero eso es otra historia.
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