¿Sabías que un 18 de octubre, pero de 1995, el privilegiado público asistente al Tokyo International Film Festival pudo ver por primera vez en pantalla grande una de las obras más icónicas del anime? Ghost in the Shell, la película de Mamoru Oshii basada en el manga de Masamune Shirow, vio la luz por primera vez para unos poco privilegiados un mes antes de su estreno en Japón, el 18 de noviembre.
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Un clásico del ciberpunk
Ghost in the Shell es uno de los clásicos más destacados de la ciencia ficción japonesa. El manga, creado por Masamune Shirow, comenzó a publicarse en 1989, presentando una historia de ciencia ficción de gran complejidad. A través del personaje de Motoko Kusanagi, una cíborg con inteligencia humana en un cuerpo artificial, se desarrollaba una trama de misterios y espionaje ambientada en un futuro próximo (y cada vez más cercano: 2029 se acerca inexorablemente).
Publicado hasta 1990, rápidamente vio continuación en varias secuelas, aunque el verdadero hito fue el desarrollo de una película a cargo de Mamoru Oshii, estrenada en 1995.
La película que consagró a Mamoru Oshii
Oshii por entonces no era un desconocido, llevaba más de una década demostrando a través de sus proyectos que era un talento del anime al que seguir la pista, y ya había conocido el éxito con los guiones de las películas de Urutsei Yatsura o la producción de varias OVA, entre las que destacan Dallos y El huevo del ángel. Incluso había tenido tiempo de cierta controversia: fue contratado para dirigir una película de Lupin III, pero el proyecto terminó no saliendo adelante por las excentricidad de sus propuestas.
A comienzos de los noventa, Mamoru Oshii se embarcó en el proyecto Patlabor, donde dirigiría la serie de televisión, OVA y películas, colaborando estrechamente con otras figuras de primera fila como Akemi Takada, Yukata Izubuchi y Kazunori Itô, antes de hacerse cargo de esta película.
Tendiendo (ciber)puentes
Cuando Ghost in the Shell se estrenó en salas comerciales de Japón el 18 de noviembre de 1995, su equipo todavía era ajeno al impacto cultural que la película tendría no solamente a nivel local, sino también a nivel internacional.
Y es que la película llegó en un momento en que Europa y Estados Unidos empezaban a estar receptivos a este tipo de producciones. Los años ochenta habían sido propicios para la ciencia ficción más dura, el ciberpunk y las distopías postapocalípticas (ahí tenemos, por ejemplo, a Blade Runner, a Terminator, Tron, Alien, RoboCop, Desafío total…), una tendencia que continuó en los años siguientes y que fue un interesante punto de encuentro.
Akira se benefició de esta cierta predisposición temática y fue punta de lanza para presentar el anime como un fenómeno cinematográfico y cultural a tener en cuenta. Si la película basada en la obra de Katsuhiro Otomo captó la atención del público internacional, Ghost in the Shell llegó poco después para confirmar que Akira no había sido un caso aislado.
Una huella imborrable
Ghost in the Shell ha tenido un gran impacto, sobre todo en el ámbito de la ciencia ficción. Clásicos contemporáneos del género, como pueden ser Matrix (las hermanas Watchoswki, 1999), A. I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001), Los sustitutos (Jonathan Mostow, 2009) o Avatar (James Cameron, 2009) beben de manera directa o indirecta de las ideas de Shirow y del planteamiento de Oshii.
Una de las pruebas más evidentes de la profunda huella que Ghost in the Shell ha dejado en numerosos cineastas americanos fue que en 2017 se llevó a cabo Ghost in the Shell: El alma de la máquina, un remake de imagen real protagonizado por Scarlett Johansson que rendía homenaje a la película original, y que constituía una de las adaptaciones de anime a Hollywood más solventes de las que se han producido en los últimos años.
En un momento en el que la inteligencia artificial y la hipertecnologización tienen cada vez mayor presencia en nuestro día a día, películas como Ghost in the Shell son necesarias para no perder de vista que la relación del ser humano con la tecnología no es un tema zanjado y superado, sino que, treinta años después, la reflexión sigue siendo necesaria.
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